“¡Guaaau! ¡Jack me ha pedido una cita!” gritan mis pensamientos. En el fondo sé que hemos quedado para estudiar, y nada más, pero quizá esta tarde lleguemos a conocernos mejor y…no sé, lo que surja.
Me reúno con David y Diana para regresar a casa.
- ¿Qué os ha parecido el chico nuevo, Jack?- les pregunto a mis dos mejores amigos.
David y Diana se miran. Apenas se nota, pero yo me doy cuenta. Diana habla primero.
- David, ¿nos dejas un momento a solas?
- Claro.
Diana me agarra del brazo y me mira radiante. No necesito que me diga nada para percatarme de lo que está a punto de decirme.
- No. Bueno, quiero decir, de momento no.
- ¿Pero sabes lo que te iba a decir?- Diana me mira, divertida.- Vale, lo sabes. Pero es que tiene toda la pinta, os habéis pasado casi todo el rato hablando.
Llega el momento de sincerarme con mi mejor amiga.
- Bueno, vale, me encanta. Ha sido un flechazo, qué quieres, está como un tren. Y esos ojos, ¿qué me dices de esos ojos? Son tan…magnéticos…- creo que mi cara es de embobada total.- Además, hemos quedado esta tarde. Vamos a “estudiar”, bueno, y lo que surja.
Diana está contentísima. Empieza a dar saltos de alegría, a la vez que dice:
- ¡Genial! Ponte guapísima y ya verás cómo le seduces, vamos, seguro. ¡Eres un pibón!
- Si claro- yo no estoy tan segura. Me considero una chica normal, como la mitad de las chicas de España (ojos marrones, más bien tirando a verdes, pelo castaño, piel clara…)
Llego a casa. Mi madre ya me ha preparado la comida, pero no tengo mucha hambre. Espero ansiosa el momento en que Jack venga a casa “para estudiar”. Las horas pasan muuuy lentas, demasiado.
Al fin llegan las 6. Estoy tan nerviosa que no puedo parar quieta. Reviso que todo esté en su sitio: todo está ordenado, los libros en la mesa, el estuche abierto…
Las seis y diez. ¿Por qué no viene?
“Vera, eres una estúpida. ¿De verdad creías que un tío que está tan bueno se iba a fijar en ti, así, a simple vista? Por favor, no tienes ninguna posibilidad con él”.
Por una parte quiero creer que le gusto, que siente algo por mí, pero la razón me dice que no es así.
Ding, dong. No me lo puedo creer. ¡Ha venido!
- ¡Mamáaaaa! Abro yo, ¿vale?
Abro la puerta y cuál es mi sorpresa al ver a…
David. Mierda puta.
- Eh, hola, princesa- me dice-, venía a preguntarte una duda de matemáticas, ¿puedo pasar?- de pronto me mira de la cabeza a los pies- ¡Ostia! Vera, qué guapa te has puesto, ¿no?
Justo ahora. Qué chico más oportuno, por dios.
- Em, gracias…-me siento un poco cohibida- bueno, esperaba a alguien, pero pasa. No me entretengas mucho.
Subimos a mi habitación. Mientras le estoy explicando cómo funciona la Regla de Ruffini, llaman al timbre.
“Bah, ya abrirá mi madre, seguro que no es Jack”, pienso.
De pronto David me mira fijamente, y me hipnotizan sus ojos color miel. Me quedo sin nada que decir, y de pronto todo queda en silencio. Sólo oigo los latidos a mil por hora de mi corazón, antes de que David se incline hacia mí y me bese en los labios…nos perdemos en ese beso tan tierno, y al separar los labios alzo la mirada…
…y me encuentro a Jack, el americano, el chico que me gusta, en la puerta, petrificado, con una expresión de horror que le cruza el rostro.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarvoy a seguiir leyendo esta muy bien :D
ResponderEliminar